Crónicas Dubaitíes II

Los turistas de tercera que viajamos con una cámara portátil somos como un cazarrecompensas del viejo oeste americano que llega a la ciudad persiguiendo a un convicto. No necesitamos ninguna excusa para desenfundar el arma y empezar a disparar en todas las direcciones. En cuanto aterrizamos en algún lugar señalado, empezamos a hacer click y a tomar la fotografía de nuestras vidas. Esperamos ansiosos que las primeras impresiones que tanto nos conmueven se conviertan en recuerdos valiosos que luego podamos enseñar.

Pero resulta que como dijo alguna vez un buen fotógrafo, las mejores fotos, las que captan la esencia, tardan en llegar e igual que la cocina elaborada, se manifiestan con el tiempo, después de haber pateado la nueva ciudad, después de que uno se integra en sus ritmos, de que vive sus calles, come sus comidas y se abandona al vaivén propio del lugar visitado.

El segundo trayecto a Dubai ha servido para retocar la vivísima y fotografía que trajimos en la primera visita. Una foto colorida pero superficial, carente de la profundidad necesaria para entender la naturaleza del emirato. O quizá no. A lo mejor la imagen plana de ciudad de negocios abandonada al lujo y pendiente del siguiente rascacielos muestra lo que de verdad es Dubai: un centro de vacaciones, un simple punto de paso, un Samarkanda moderno como el que usaban las antiguas caravanas de la ruta de la seda para llegar a Asia.

Como echar gasolina en Dubai es más barato que beber agua (30cts de Euro el litro), he aprovechado para hacer algo de turismo en coche. Diez días después de perderme por las carreteras y autopistas en mi Chevrolet de alquiler (un trasto aparatoso e inestable que tiembla más que una tetera puesta al fuego) he comprobado que Dubai es una ciudad costera pero que vive de espaldas al mar.

Sin embargo, tras una larga búsqueda, por fin lo he visto. El mar. El mar en Dubai llega, llega, como cuando en cualquier pueblo perdido los dos jubilados (los jubilados suelen ir en parejas, algo de lo que no se ha hablado todavía y que tendremos que analizar en otro momento) que se sientan en la estación de autobuses tranquilizan al turista con frases como: "tranquilo hombre, debe estar al caer". El mar en Dubai no está al caer, está detrás de los rascacielos. Ahí lo tienes. Claro, te tienes que meter primero en un centro comercial (cómo no), atravesarlo y salir a lo que ellos llaman el "Dubai marina" y te encuentras un embarcadero de lujo, una especie de lago artificial que comunica con el mar de verdad, ese que tiene olas.

El mar nos gusta a todos mucho y a los dubaitíes también. Debe ser por eso que lo protegen tanto que llegar a él es casi imposible si no te alojas en una de las palmeras o si no alquilas un apartamento en alguna de las urbanizaciones al uso. Aquí, por lo que he visto, no se va a la playa, al menos en verano. El día te regala unos reglamentarios cuarenta grados más una humedad del noventa por ciento y si sales a la calle en chanclas y con la toalla al hombro más tarde de las diez de la mañana, te puedes cocer. Literalmente. La sensación de que te evaporas es real y por eso no verás dubaitíes con la sombrilla en ristre luchando metro a metro por la primera línea de playa, al menos en hora punta. Tampoco hay jubilados dubaitíes que se levanten antes que los hijos para reservar sitio cerca de la orilla. Aquí da la impresión de que no hay gente mayor (al menos yo he visto poca), como si estorbara, como si para estar en Dubai tuvieras que ser como mínimo joven, lleno de ganas de ganar dinero y de trabajar sin descanso. Lo peor del ansia viva europea y del bochorno de la burbuja de hormigón.

Como los petrodólares lo inundan todo, las infraestructuras son espectaculares. El emirato lo recorre una mega autopista de 6 carriles por banda más los accesos laterales, jalonada por sucesivas estaciones de metro de arquitectura futurista que parecen enormes cucarachas autómatas. Como lo han tenido que hacer todo nuevo, no parece que haya habido problemas con las expropiaciones y les ha salido una carretera rectita y limpita que parece diseñada para que puedas mirar a los rascacielos mientras conduces. El metro tiene dos líneas y circula en superficie sobre una plataforma elevada paralela a la autopista. Todo como la ciudad de Lego.

La playa de Dubai es una playa chill-out. El trozo que yo he visto parece más un parque acuático con arena que una porción de litoral. Como está emparedada por una lado por los rascacielos y en frente puedes ver las luces de los hoteles de la palmera (recordemos, una isla artificial ganada al mar con la arena extraída del desierto), tienes una sensación artificial como si la arena no se fuera a quedar pegada en los tobillos o como si fuera imposible que en esa playa pudieran hacerse castillos de arena. Chiringuitos de chocos y paella no hay porque siguiendo la línea de la costa, a pies de los rascacielos, hay una ristra de restaurantes que esperan ansiosos la llegada de los bañistas.

En esta visita he pasado por los sitios más típicos: el edificio más alto del mundo (el Burj Khalifa) y el edificio que más sale en las presentaciones de Power Point (El Burj Alarab, sí, el que tiene forma de vela y siempre aparece con dos paisanos jugando al tenis en un saliente ovalado que está en la azotea). En los dos he hecho sendos "selfies" pero mejor dejamos ese asunto. Hacerse un selfie con el Burj Khalifa es complicado porque es toda una hazaña conseguir que el edificio quepa en la foto y porque para hacer bien el encuadre necesitas un móvil que tenga cámara delantera, o una cámara con trípode, o ganas de decirle a otro turista empanao como tú que te tire la foto. Y no se ha terciado ninguna de las tres opciones.

El Burj Khalifa además de su impresionante altura (el doble que el empire state) llama la atención porque es muy proporcionado y porque está pensado en forma de escalones que a medida que ascienden parece que más que subir, se alejan, como si de verdad fuera una escalera exterior. En el pie del edificio han construido un juego de fuentes que se encienden cada media hora en periodo nocturno y en el que se ejecuta un espectáculo de luz y sonido donde las fuentes insuflan agua al ritmo de la canción (la canción cambia). El espectáculo resulta un poco decadente y muy apropiado para los jubilados pero como aquí no hay, las hordas de turistas se solazan viendo subir y bajar chorros de agua al son del "Volare" de Domenico Modugno (gracias Flor de Pasión).

Qué decir de las gentes y de sus sonrisas. Inexistentes. Las sonrisas, digo. Aquí te sonríen de verdad algunos indios, los que trabajan lo justo y no son explotados en las tareas de la construcción. Los otros, los que se levantan a las cuatro de la mañana para viajar durante dos horas hasta su punto de trabajo no pueden ni arquear las cejas. Hay que verlos esperando las furgonetas blancas al final del día o echar un ojo rápido mientras viajan ya sentados en el autobús. Entiendes sus miradas de tristeza después de un arrebatador día de curro de sol a sol por cuatro perras. Por lo que me han contado, uno de estos trabajadores no cualificados puede llegar a ganar como mucho unos 600 dólares. Se supone que han llegado al país con el sueño del emigrante, trabajar y ahorrar para poder volver a casa, pero apenas les llega para sobrevivir en este "paraíso".

También tienes las sonrisas Indonesias, que son más interesadas. Ya hemos contado que detrás de un mostrador siempre hay una chica indonesia. La elección es acertada porque suelen ser extremadamente educadas y agradables. Sonríen con soltura y les gusta el trato con el cliente. Pero siempre te queda la sensación de que si no fueras a comprar nada, en lugar de una sonrisa te responderían con una mirada fu-man-chu. En el capítulo de sonrisas hay que anotar un contraste curioso entre Indios e Indonesios. Los chicos indonesios, por comparación con las mujeres de esta parte de asia, van siempre apretados, constreñidos. Su posición en la escala de trabajo basura es ligeramente superior a la de los trabajadores Indios ya que no he llegado a ver indonesios en la construcción y sí hemos podido ver que algunos se dedican a labores de guardia de seguridad o de mantenimiento en el aeropuerto. Aún así, están casi siempre con el rictus torcido como si les molestara que sus mujeres estuvieran continuamente riendo. Con las mujeres Indias ocurre lo contrario. Son ellas las que da la impresión de vivir en permanente estado de demanda, como si tuvieran que reivindicarse en cada esquina. Como suelen llevar el shari que les llega por los pies, parecen princesas arrebatadas a quienes les han robado el bolso.

Y estas son las segundas impresiones de Dubai y sus gentes. De los árabes apenas puedo seguir diciendo que van siempre muy apañados y con sus chilabas de tela blanca en las que se distingue la raya de la plancha. No he tenido contacto con ellos y no parece que lo vaya a tener. Es como viajar al planeta X y terminar tomando copas con un señor de Albacete. Salam.